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¿El cuerpo?

El cuerpo que me acompaña, que intenta mantener mi ritmo. El cuerpo que me persigue. Desapercibido, invisible, silencioso, inexistente.

Hasta que, caminando por la calle, casi corriendo, me doy cuenta que estoy atravesada por un rayo de dolor que viene desde mi puño. El puño que, sin notarlo, apretaba tanto que ahora la molestia se extiende hasta la muñeca.

¿El cuerpo?

El cuerpo lastre. El cuerpo carga. El cuerpo doloroso. El cuerpo cansado, agotado, exhausto y vulnerable. El cuerpo que pulsa con hinchazón de mis piernas. Como cuando llego a casa, tomo un respiro profundo y al sentir, al sentir-me,  casi me desmayo de fatiga, de apreciar y escuchar antes imperceptible, agotamiento.

¿El cuerpo?

El cuerpo roca, el cuerpo madera, el cuerpo barro, que recoge, guarda y mantiene las cargas y las tensiones. Como cuando termino una performance en la cual sigo sentada y tumbada, pero al día siguiente no puedo moverme del dolor que provocan las agujetas. Las agujetas como si corriese una maratón.

¿El cuerpo?

El cuerpo placer. El cuerpo sentir. El cuerpo ternura. El cuerpo calor. El cuerpo contacto. Cuando toco mi piel y, tumbada en el suelo, muevo delicadamente mi cabeza. Como cuando permito que el suelo acoja mi peso, mis músculos, mis huesos y mi piel. Como cuando mi brazo sube hacia arriba, extiende el sobaco, a través de las costillas y la caja torácica, cruzando en diagonal mi cuerpo, llega hacia las pelvis, la cadera y los pies. Esta diagonal que respira y vive, en mi imaginación, vibra como una cuerda bien tensa y flexible.

¿El cuerpo?

El cuerpo control. El cuerpo poder. El cuerpo resistencia. Como cuando intento bajar la velocidad, permitirme destensar y a la vez moverme y siento una ola que congela mis músculos, mis miembros y células, hasta construir una cáscara, una coraza. Hasta no poder sentir nada. Hasta existir en una aguda alerta.

¿El cuerpo?

El cuerpo vulnerable. El cuerpo blando. El cuerpo  aceptación. El cuerpo permiso. Como cuando suelto el control y permito apoyarme en el otro. Cuando siento su peso y le doy el mío. Cuando doy el permiso a estar llevada, a no controlar. Cuando el respiro sale desde el pecho y por allí vuelve. Cuando la cabeza deja de existir.

¿El cuerpo?

El cuerpo disfrute, el cuerpo goce. El cuerpo escucha, el cuerpo dialogo. El cuerpo ahora.
El cuerpo vida.

Como cuando:

Me tumbo en el suelo, percibo su dureza, abandono el peso,
el aire entra por la nariz, llega al pecho, y sale,
y entra por la nariz, llega al estómago, y sale,
y entra por la nariz, y llega a las piernas, y sale,
y la escucha empieza a vibrar.
Y
el movimiento se presenta, viene solo,
sin dolor, sin esfuerzo, de la manera orgánica,
extiende el calor, enciende e invita,
mis dedos, mis brazos, mi cadera, las piernas,
las rodillas que llegan a la barbilla.
La conexión total en micro-mover-me.
Y
Empiezo a bailar. Empiezo a escuchar.
Empiezo a no tensar. Empiezo a permitir.
Empiezo a estar.

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