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Llego el primer día un poco nerviosa y expectante por conocerlas. Me encuentro un grupo de nueve chicas. Me miran y las miro. Curiosidad. Nos miramos a través de un cristal sin mascarilla. Sorpresa. Ya en la primera creación de la propuesta artística surgen distintos ritmos y empiezo a notar el perfeccionismo de algunas, que lo conocen bien y así lo expresan. Aprecio apertura, para ser el primer día, cuando compartimos en el cierre. Siento que entre ellas se conocen y hay vínculo. Comienzos.

A lo largo de un año trabajando semanalmente en un centro de día de TCA (Trastornos de la Conducta Alimentaria), han ido pasando por el taller de arteterapia alrededor de unas 40 chicas, los viernes por la tarde. Se han ido formando diversos grupos, grandes y más pequeños, con necesidades y particularidades distintas, y con edades cada vez más jóvenes, desde los 25 años hasta los 13 años, casi niñas.

Venían a las sesiones las chicas que acababan de llegar al centro. El arte como balsa de rescate inicial. Al finalizar mi trayecto de un año, no había ninguna persona de las que habían empezado. Todas habían ido evolucionando, a su ritmo, normalmente lento y costoso, pero avanzando poco a poco con la ayuda transdisciplinaria de las artes expresivas, de las profesionales del centro y del imprescindible soporte de todo el entorno familiar y social.

La mayoría eran adolescentes desconectadas de la vitalidad, de su cuerpo y de sus emociones. Desde los primeros días sentí que faltaba aire, fluidez… Había demasiadas etiquetas y mucho sufrimiento. Eran chicas jóvenes que tenían aprendido el “discurso” de sus vidas y de su pasado. Se notaba que algunas tenían un gran bagaje terapéutico tras haber pasado por numerosas consultas.

Me encontré con que había, básicamente, dos maneras de estar en el taller, reflejo de su actitud actual ante la vida. Las que querían encontrar salida a sus sufrimientos e intentar ver la vida con sus colores y las que todavía no se permitían ver más allá del pozo negro. A veces se unían, como por bandos. Mi tarea era proponer ejercicios y dinámicas en las que se mezclaran las unas con las otras.

En ocasiones, al empezar las encontraba sin ánimo. Hacíamos una visualización o un pequeño ejercicio corporal y el ambiente daba un giro de 180 grados. Podían pasar en unos minutos de estar decaídas a despertar la vitalidad, aunque fuera por unos instantes. Así, alguna vez, también podía ocurrir en el sentido inverso. Una línea fina llena de cambios de estados anímicos.

Me sorprendieron las veces que detrás de una canción, un baile o un pequeño gesto, se despertaba la chica con fuerzas y ganas por salir de su interior donde había estado escondida, prisionera de su mente. Trabajar desde el cuerpo y a través de él, desde el movimiento, las relajaciones, los juegos, el humor, las improvisaciones. Esas eran pequeñas tomas de conciencia y de contacto con la realidad desde el presente, un factor importante para estos colectivos.

El momento de la creación artística era y es siempre otro momento significativo en las sesiones. A través del arte y de la creatividad se produce una conexión desde un lugar interno y verdadero. En sus obras, tanto individuales como grupales, podía verse el caos, la oscuridad, el dolor, la culpa, el control, pero también aparecía en ellas mucha belleza, potencia, fuerza, voluntad, anhelos, esperanza, compañerismo, disfrute, cuidados, ternura…
El alto nivel estético de sus obras y las habilidades artísticas de la mayoría narraban sus mundos internos, sus infiernos rojos y negros, sus fantasmas y monstruos, pero también afloraban de vez en cuando sus amores, sus alegrías, sus pequeñas zonas de descanso. Poder respirar un momento desde otra perspectiva tras haber transformado sus monstruos en cuerpo, pintura o escultura, y haberlos podido nombrar a través de la palabra.

“Volver a sentir
Autenticidad
Renacer para ser capaz de radiar
La belleza de lo frágil
Descanso”

La fuerza, la riqueza y la potencia del grupo, ha tenido un lugar prioritario en las sesiones. Todas estábamos en el mismo barco, unas remando, otras agarradas a un flotador y algunas que necesitaban ser rescatadas.

Hubo días significativos, con pequeños o grandes avances, como la vez que hicimos el ejercicio de guiar y ser guiada, de cuidar y dejarse cuidar.
Para la mayoría de ellas, cerrar los ojos, soltar el control y abandonarse al cuidado de la otra suponía todo un reto. Sin embargo, se dejaron llevar y nació a través del juego y la sorpresa, la Confianza. El vínculo grupal creció. Las resonancias con la mirada más amable de las otras, el halago de las compañeras, que una misma no puede darse, fortalecían unas a otras.

El último día, como regalo y resonancia a lo vivido en los talleres, a las sesiones mágicas y también a las más difíciles, les llevé una pintura dividida en partes, como un puzzle. Una pieza para cada una con distintos mensajes en la parte posterior: tranquilidad, ternura, amor, confianza…
Caminos curvos, de varios colores que se entrecruzan, sorteando obstáculos. Manchas firmes, transparentes, grandes y pequeñas. Sorpresas y espacios blancos por rellenar, formas por dibujar y encontrar. Agradecimiento mutuo por lo aprendido y compartido.

Leo en una entrevista a Tina Turner: “Los mayores dones de la sabiduría a menudo se encuentran dentro de los mayores problemas a que nos enfrentamos. Y con la mirada adecuada podemos aprovechar la adversidad que nos depara la vida para aprender, crecer, y hacer realidad nuestros sueños. Esta es la belleza y el valor de transformar el veneno en medicina.

Y así es, transformar el dolor a través del arte, de la mirada amable, la escucha y el acompañamiento. La posibilidad de cambiar y vislumbrar la infinita y profunda belleza aún por nacer. Atender al valor de las pequeñas cosas.

Desde el corazón me vienen imágenes de cada una de sus caras y de sus cuerpos en el taller. Temblores.

Texto, obra y fotografías Sílvia Ferrer Casanovas